Estábamos en Tailandia
y era el año 1987. Allí nos había llevado una producción alemana “Devil´s
Paradise” (según una novela de Joseph Conrad). Colin Arthur como jefe de los
departamentos de Efectos Especiales y maquillaje, Marisa Pino (yo), de ayudante
en ambos, y para completar nuestro equipo unas diez o doce personas locales.
En cuanto a los actores
eran: Sam Waterston (“Los gritos del silencio”), Suzanna Hamilton (“Pasaje a la
India”), Jurgen Prochnow (“El submarino”), Mario Adorf, (“Lola”, “El tambor de
hojalata”), Dominique Pinon (“Delicatessen”, “Amelie”), y otros cuantos mas. Director : Glowna Vadin
En el sur de Tailandia
en medio de la selva, se hizo el rodaje principal. Era un lugar perdido fuera
de las rutas turísticas, donde los nativos no habían visto nunca ningún
extranjero, allí pasamos cerca de dos meses, viviendo en cabañas, rodeados de
cocoteros, y con vistas magnificas al mar. No había teléfonos, ni comunicación
con el exterior, solo la belleza de la vegetación y de los animales salvajes
era todo (que no es poco) con lo que contábamos día a día.
Localización cerca de Bainapao
Jurgen Prochnow, Suzanna Hamilton y el director
El equipo, unas
cuarenta personas, estábamos repartidos
por diversos lugares de la zona en grupos de chozas aislados entre sí, ya que
no había hoteles ni nada semejante donde colocarnos. Lo mas parecido a una
ciudad estaba a dos horas y pico en coche y a ella nos acercábamos los días
festivos para tratar de comunicarnos con nuestras familias, cosa que nos solía
llevar la mañana entera y a veces no conseguíamos telefonear en absoluto.
En estas expediciones
nos solían acompañar Jurgen Prochnow y también Sam Waterston, que vivían en
nuestro grupo de cabañas y así, entre los cuatro, aprovechábamos el vehículo,
el intérprete y el chófer. El que solía tener mas suerte era Sam, llamar a
U.S,A, era algo mas factible, lo conseguía en dos o tres horas. Las llamadas nuestras
a Europa, eran mucho mas complicadas y frustrantes. Teníamos claro que pasadas
cuatro o cinco horas había que abandonar la idea y como para entonces ya era
hora de la comida la hacíamos por allí y luego regresábamos al “campamento” pasando el resto del domingo jugando al
póker.
Allí, en Bai-Na -Pao,
un grupo de acogedoras nativas nos hacían las deliciosas comidas diariamente y
se ocupaban de la limpieza de nuestras chozas, pero había un pequeño problema,
allí también habitaban las enormes arañas, los insectos de todo tipo, las
iguanas, y como esto no tenía nada que ver con el aseo de las cabañas pues estábamos en su territorio,
tocaba convivir con ellos sí o sí, con lo cual cada mañana antes de vestirnos y
calzarnos, sacudíamos las prendas enérgicamente para que no se vinieran con
nosotros “los otros” usuarios de las chozas.
Las chicas que cocinaban y limpiaban en Bainapao y yo
De cualquier modo
aquello era lo mas parecido al paraíso y de todos los sitios del mundo donde he
rodado o visitado, este lugar es y será siempre mi preferido. El trato directo
con los nativos, participar en sus
costumbres, tal como ver en medio de la selva y a la luz de la luna un teatro
de sombras de marionetas, sentados en trozos de troncos caídos en el suelo, o poder husmear dentro
del cutre fumadero de opio local sin problemas, para mí es algo impagable...
En una zona no muy
lejana, de Bai- Na- Pao, teníamos montado el cuartel general de la película, es
decir: vestuario, atrezo, producción, catering... todo ubicado en un claro del
bosque. De aquí partía el equipo cada mañana a rodar donde fuere, pero con los
actores ya maquillados, vestidos etc. Yo me solía quedar en el campamento
semivacío si no me requerían en rodaje, pues tenía que preparar unas lanzas
trucadas para una secuencia en la que los nativos mataban a Sam Waterston.
Y fue aquí donde la
conocí. Apareció una tarde cualquiera emergiendo del cercano tupido bosque.
Su risa aún la tengo grabada en mi
mente, la mas cantarina y alegre que jamás había escuchado y superior a todas
las risas de todos los niños del mundo juntos. Su dueña era apenas una
mujercita de 12 o 13 años que acarreaba un bebé: su hermanito, o tal vez su
hijo y lo llevaba sujeto a la espalda
con una especie de manta multicolor que ataba a la altura de su incipiente
pecho.
Ella se fué acercando
poco a poco hacia mi mesa de trabajo, la curiosidad era mas grande que su
timidez. Yo le sonreí para animarla, ella juntó las palmas de las manos e
inclinó la cabeza al tiempo que murmuraba unas palabras en tailandés que
naturalmente no entendí, contesté en inglés sabiendo que ella tampoco me
entendería, pero al menos le hice saber que no era muda. Me miró sorprendida y
siguió hablándome con suaves sonidos que cambiaban de tono como las notas
musicales, de vez en cuando se paraba esperando que contestara, yo
invariablemente lo hacía en inglés, y esto la dejaba perpleja, la niña no sabía
de la existencia de otras lenguas que no fuera la suya, tampoco sabía de gentes con otro color de piel, ni
que hubiera otros países aparte de su jungla de aquel lugar remoto de
Tailandia.
Le ofrecí una coca-cola, la miró recelosa, comprendí que no
tenía idea de qué era, abrí otro bote, lo bebí para que me imitara, lo cual
hizo enseguida y cuando terminó, su cara expresaba una felicidad que pocas
veces vemos en nuestros niños occidentales. Soltó un sonoro eructo y se echó a
reír, yo reí con ella, y a partir de ese momento siguió parloteando incansable
esperando de algún milagro que me hiciera hablar su lengua. Como esto no
sucedía de tanto en cuanto se quedaba pensativa tratando de entender el por qué
de esta situación, y así pasó el tiempo. Mientras yo trabajaba ella fué tomando
confianza, y decidió acomodar al niño en el suelo sobre su manta, una vez hecho
esto empezó a alargarme los materiales que estaban extendidos encima de mi
mesa, y que yo iba utilizando de vez en cuando. Estaba fabricando las lanzas
retráctiles que necesitábamos para la
secuencia que rodaríamos en unos días. Cuando
anocheció me dijo algo, recogió
al bebé y, no sin antes de poner al alcance de mi mano parte de los materiales,
se inclinó y después de saludarme se alejó, desapareciendo en segundos e
integrándose con la naturaleza.
Aquí tenía mi taller de trabajo.
Al día siguiente hacia
las cinco de la tarde oí pisadas que venían del bosque, era mi amiga y su bebé,
pero esta vez venían acompañados de otros dos chiquillos de unos 8 ó 9 años. De
nuevo el respetuoso saludo tailandés, luego
la niña dominando la situación, acomodó a sus amigos en sendas sillas
alrededor de mi mesa. La cháchara incansable de los críos y la mirada hacia el cajón donde guardábamos las bebidas
me recordó que era la hora de la coca-cola. Les dí un bote a cada uno, ¡y como
festejaron aquel lujo!, aquello sí que era una gran fiesta. Uno de los chicos
cortó en trozos un coco que llevaba en
su bolsa y nos ofreció a todos, estaba
recién cortado, jugoso y fresco,
sencillamente delicioso.
Mientras, el trabajo
seguía en marcha y yo tenía tres ayudantes. Les señalaba donde y como tenían
que cortar las cañas de bambú y ellos, disciplinados, las iban acumulando a mi
lado. También les enseñé a anudar los preservativos alrededor de la parte de la
lanza que debía retraerse y al poco rato lo tenían controlado perfectamente.
Y pasó un día y
otro...y otro. Durante el tiempo que estuve en aquel improvisado taller, no
faltaron nunca a su cita a las cinco de la tarde. Ellos ponían los cocos y los
anacardos, yo, las coca-colas, y todos éramos los mas felices del mundo
compartiendo nuestros pequeños tesoros.
Hasta llegaron a acostumbrarse a
nuestro pequeño problema con el idioma, por señas nos entendíamos
perfectamente.
Pero todo termina y
llegó el momento de abandonar aquella localización, nos marchábamos a otro lugar mas alejado. El día anterior a
nuestra partida me las arreglé para requisar las coca-colas y las chocolatinas
que quedaban en el campamento y esperé.
Mis amigos vinieron a
su hora de siempre. Se organizó la merienda, ellos prepararon los cocos y los
anacardos, yo las bebidas y alguna que otra golosina que había substraído al
catering. Nos dimos nuestro pequeño festín, riendo como siempre a cada sonoro
eructo de los niños. Pero estos de vez en cuando miraban inquietos la mesa de
trabajo que estaba limpia de materiales, y la vista del campamento casi
totalmente desmantelado, sin duda les preocupaba y empezaron a preguntarme
cosas que no tenían respuesta.
Cuando terminamos la
merienda me levanté, abracé uno a uno a los chiquillos que ya eran cinco, mas
el bebé, y tragándome las lagrimas les despedí . Repartí todos los botes de coca-cola que podían cargar
entre ellos y les hice señas para que se fueran. Antes de perderse entre los
árboles del bosque, me miraron por última vez. Nunca supe sus nombres...
Los niños “mis ayudantes” de aquellos días. En primer
término, nativo maquillado “Al barro”.
Pero el trabajo seguía su curso y a los pocos días rodamos la secuencia de las lanzas. Colin había preparado un complicado sistema que dió muchos problemas, pero que funcionó.
El protagonista estaba
mirando al mar en lo alto de un pequeño
montículo, y desde el bosque los nativos le arrojaban varias lanzas cruzadas
que le sostenían en pie aún después de muerto, logrando un efecto visual muy
interesante.
Para conseguir esto,
Sam Waterston llevaba puesto debajo de su camisa, una especie de corsé adaptado
a su cuerpo que hicimos en fibra de vidrio. En varios puntos del artilugio se
añadieron unos cilindros de dos centímetros de profundidad donde debería
encajar cada lanza y que al tropezar con el corsé, la punta se retraía fijándose dentro del mismo. ¿Sencillo, nó?
¡Pues nó!
Las lanzas se
deslizaban por un hilo invisible de tungsteno que partía desde cada
cilindro y terminaba unos quince metros mas allá desde donde
nosotros anudando cada lanza al final del hilo las enviábamos hacia su destino,
quedando aparentemente clavadas en el actor.
Para rodar este
farragoso efecto teníamos que preparar a Sam unas tres horas antes del rodaje.
Primero maquillaje, luego los efectos. Se le anudaron los hilos invisibles en
cada punto clave, en la camisa hicimos pequeños agujeros disimulados por donde
entraría cada lanza, luego llevamos el otro extremo de cada hilo hasta donde la
cámara no nos veía, y desde aquí salían
las lanzas una a una.
Preparación del truco de las lanzas.
Sam Waterston y Colin Arthur
El problema es que este
tipo de hilo es muy fuerte pero muy delicado, tiene un grosor del tamaño de un
cabello, poco mas, hay que tener mucho cuidado para evitar que se hagan nudos,
y cuando consigues tirar una línea, poner la lanza correspondiente e intentas
empezar con el hilo siguiente, solía ocurrir el desastre. Mas de cuatro
veces un despistado del equipo de
rodaje olvidó lo que estábamos haciendo, pasando por medio y quedaba atrapado
por el hilo invisible y en consecuencia deshaciendo el montaje. Decidimos poner
pequeñas señales con papeles pegados a lo largo de los hilos según terminábamos con cada uno de ellos, pero aún
así algunos se siguieron enganchando hasta que pusimos a nuestros ayudantes
haciendo guardia a lo largo de los hilos, al final después de toda una mañana
de estrés, se consiguió rodar la secuencia.
Hoy día el ordenador
hubiera eliminado todos los problemas, pero entonces... Se trabajaba de este
modo, del cual no reniego en absoluto, pues era absolutamente creativo, estimulante y posiblemente hasta adictivo.
Debo decir que la
disciplina y la colaboración de un buen actor era/es esencial en estos
casos. Sam Waterston, como gran profesional, no se quejó en ningún momento a
pesar del calor y las horas pasadas enganchado a aquellos hilos y sin moverse.
Fué sin duda una gran ayuda para nosotros.
En síntesis esto es lo mas complicado que hubo que hacer en esta película, el resto de los maquillajes, eran mas o menos normales, en alguna secuencia pinturas de guerra para los nativos, con los cuerpos pintados de arriba abajo. Los chicos del equipo maquillaban a los chicos y nosotras a las chicas pues ellas iban completamente desnudas y hubo que contratar prostitutas para conseguir hacer este trabajo. En este caso hicimos nosotros mismos los productos de maquillaje recogiendo arena de la playa y coloreándola con pigmentos vegetales y así las pinturas realmente parecían de lo mas primitivo. En fin, este tipo de paridas ideadas por “el jefe”, nos hacía perder el tiempo en cantidad y los chicos de maquillaje odiaban hacerlo, ellos me preguntaban “¿Para que habéis traído grandes marcas de maquillaje si luego nos tenéis todo el día recogiendo barro y secándolo al sol?”.
¿Qué decir? Pues que el
que manda, manda... Y a regañadientes lo hacían, y guardo un gran recuerdo de
dos de ellos, bastante majos, muy acostumbrados a maquillar... sobre todo a
ellos mismos, pues eran travestís profesionales y muy buenos en un show que tenían en Bangkok...
Ayudante de m-up Dominique Pinon y yo
Sam, Colin y Mario Adorf
fascinados con el ordenador de Colin.
Al cabo de un tiempo
dejé de jugar al póker con los actores ¡Eran unos perfectos tahúres! Cada dos
días querían cambiar la baraja de cartas, apostaban montón de dinero con una
pareja de cincos... Yo, que jugaba un
póker parecido al de la señorita Pepis, no me hacía a perder o ganar tanto
dinero, a pesar de que era con las dietas (que no había modo de gastar) con lo
que se jugaba. “My better half”, Colin, hacía tiempo que lo había dejado y como
yo me encargaba de que nos compraran las barajas, un día dije que me era
imposible localizar mas cartas y terminé con las partidas a la luz de las
velas. Desde entonces después de cenar nos dedicamos a...
¡Pero eso es otra historia!
-.-.-
Autora: María Luisa Pino
En este artículo han colaborado: Angel Caldito, José Manuel Seseña y Ricardo Márquez.